22 marzo 2012

Violineando


Si hubiese sabido que esto de hacer lo que me sale del forro, nomás que por el puro placer de hacerlo, es la vaina más gratificante del mundo, probablemente habría utilizado mucho mejor mi tiempo libre, pero ya se sabe que sólo es posible llegar a tal determinación cuando se ha hecho todo -o casi todo- lo que suele hacerse entre los 10 y los 49 años, que es, por lo general, lo que (casi) todo el mundo hace, sencillamente porque es lo que se espera de uno. ¡Bue...! También es verdad que hice un montón de cosas al margen de lo esperado y deseado, pero eso forma parte del derecho a la autonomía que uno va adquiriendo a medida que satisface las expectativas ajenas. Un vulgar chantaje, ¡qué se le va a hacer!, así funcionan las relaciones paterno-filiales. Gracias, de todos modos, porque valió la pena. Cada etapa de la vida tiene sus bemoles, sus corcheas y su sol sostenido en una esquinita del horizonte. 

Ahora, es decir, en mi nueva media vida, toca aprender a tocar otras notas y en esos menesteres ando trastabillando que da gusto desde que empecé a recibir clases de violín. ¡Sí, sí, sí! Vio-lín..., con su caracolito cabezón que no es voluta de humo, su cejilla que no es ceja fruncida, sus clavijas de buena conducta, su espigado diapasón, su cintura ces-torneada, su puente erguido, su cordal de buena vibra, sus filetes defensivos, sus románticas efes auditivas, sus cuerdas afinaditas en Sol-Re-La-Mi y su arco delicadísimo y rebelde.

Por supuesto, ni piensen que sale algo mínimamente decente que pueda llamarse música... Todavía no. A duras penas estoy intentando que el jodido arco le obedezca a mi dedo meñique y que éste, a su vez, deje de obedecerle a sus hermanos mayores. ¡Ufff! Es un desafío, pero ahí voy, mejor dicho, ahí me lleva mi paciente y estricta maestra. Es una chica que sabe enseñar, tiene sentido del humor -condición sine qua non-, es exigente y, para más señas, pertenece al Sistema* y me la recomendó mi buen amigo Marcuccio, que además de colega es músico y director de orquesta.

«Posición del brazo, movimiento de la muñeca, ¡no muevas el codo!» -y el codo coge pa' trás-. «Otra vez, el arco debe devolverse por la misma ruta...» -pero el arco se desbanda hacia el infinito cuando va de subida... ¡Ahhhh!-. «Otra vez, uno, dos, tres, silencio, uno, dos, tres, silencio, uno, dos...» ¡Fiuuuuuu! Allá va el puto arco de nuevo, rumbo al techo.

No hay problema, no lo hay en lo absoluto, porque no tengo prisa, no me tengo que graduar de violinista, no está en mis planes formar parte de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, no me examinará el maestro Abreu, no me dirigirá Gustavito Dudamel. Estoy violineando porque quiero, porque mi único propósito es tocar para escucharme tocar y sentirme feliz de poder hacerlo. De manera que si dominar el arco me lleva tres semanas o tres meses, me da igual. Lo único importante es que disfruto muchísimo mis clases y mis horas de ensayo, a pesar de mi meñique díscolo y distraído.

*Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela                 

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