21 abril 2011

Relaciones triangulares


Dice el refrán que mejor solo que mal acompañado. Yo, lo que se dice sola, solita, no he estado nunca, a pesar de ser una solitaria empecinada. Entre amores y amistades he vivido holgadamente los años que Dios me ha dado, y sigo cultivando amig@s en los jardines de mi vida con la misma dedicación con que almaceno historias en el disco duro de mi mala memoria. La única diferencia es que a aquellos los tengo siempre presentes, aunque no estén donde estoy, mientras que a éstas las llevo conmigo a todas partes, aunque hay algunas que me cuesta (o no me da la gana) recordar.

El caso es que el otro día estábamos mi mejor amiga y yo tomando café, y conversando de esto y lo otro, cuando de repente, así como si nada, ella -que se llama Malena, pero a veces se comporta como la malaria- suelta, sin ton ni son, un comentario que fue -o yo asumí que fue- más bien un reproche: 

-Es que a ti se te dan mejor las relaciones triangulares que las de pareja.

¡Joder! -pensé yo- Si estábamos hablando de las dificultades de los adolescentes de hoy en día para concentrarse por más de 45 minutos..., ¿de dónde salió este perdigonazo?

¡Ah!, pero es que mi amiga tiene una cualidad de la que carecemos los seres normalitos o medio normalitos como yo -porque normales, tal como los psicólogos entienden la normalidad, no hay muchos-, que es la de hablar de una cosa, mientras está pensando en otra y, simultáneamente, escribir o leer un mensaje de texto en su Blackberry, sin perder una palabra de la conversación que se desarrolla en la mesa de al lado.

A partir de ese disparo a quemarropa dejamos el asunto de los adolescentes distraídos a un lado y nos internamos en el tupido bosque de las explicaciones relativas a las (mis) relaciones triangulares. Y bueno, cuando mi amiga -¿ya dije que es mi mejor amiga?-, empezó a desparramar sobre la mesa sus ejemplos -que en realidad son los míos-, no me quedó más remedio que darle la razón. En efecto, todas mis relaciones sociales importantes son triangulares, y ha sido así desde que estaba en la escuela hasta el sol de hoy. Incluso alguna de mis relaciones sentimentales fue, aunque no por mucho tiempo, triangular, y dicho sea de paso, sin el menor remordimiento.

¿Por qué se me dan tan bien los triángulos de amistad en lugar de los binomios? No lo sabía hasta que Malena, empleando con rigurosidad académica su lógica perfecta, me lo dijo:

-Un relación de amistad exclusivamente entre tú y otra persona te exigiría una inversión de tiempo, atención y compromiso que no estás dispuesta a hacer, porque te resta libertad, y no hay nada en el mundo que cuides más que eso. En cambio, una amistad entre tú y otras dos personas te permite entrar y salir del triángulo cada vez que quieres, sin hacerles sentir mal a ello(a)s y sin ver amenazada tu libertad.

¡Mi amiga es un genio! Precisamente por eso es mi amiga, no porque es un genio -bueno, también por eso-, sino porque ella misma fue parte de un triángulo inolvidable que mantuvimos con otra entrañable amiga, hasta que Dios decidió llevarse la hipotenusa al cielo y nos dejó a Malena y a mi rascándonos mutuamente las pulgas. Desde entonces, somos un dúo inseparable de catetos -no de catetas, ¡mosca, pues!-, que es, por cierto, la única amistad "de a dos" en la que invierto, encantada de la vida, tiempo, atención, compromiso y cuanto haga falta.         

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Entradas RSS