1960 fue un año bisiesto, es decir, duró 366 días en vez de los 365 días que tiene un año normal, de acuerdo con el calendario gregoriano.
Noviembre es el undécimo mes del calendario gregoriano, pero deriva su nombre del latín novem (nueve), porque era el noveno mes del calendario romano, creado durante el reinado de Rómulo, fundador de Roma.
Sábado es el sexto día de la semana, pero el séptimo de la semana litúrgica. Su nombre proviene del latín bíblico sabbătum, este del griego σάββατον, este del hebreo šabbāt, y este del acadio šabattum, descanso.
26 es el tricentésimo trigésimo (330º) día del año en el calendario gregoriano.
Nací bien, un buen día de un buen mes de un buen año. Mi única queja es que habría preferido hacerlo a otra hora, digamos entre la medianoche y el amanecer. Por lo demás, me complace haber nacido en un año durante el cual varios países lograron su independencia, por lo que se le conoce como "el año de África":
- Benín, Camerún, Togo, Madagascar, Níger, Alto Volta, Costa de Marfil, Chad, República Centroafricana, Congo, Gabón, Malí y Mauritania se independizaron de Francia.
- Congo Belga se independizó de Bélgica y pasó a denominarse República Democrática del Congo.
- Somalia se independizo de Italia y del Reino Unido.
- Chipre y Nigeria se independizaron del Reino Unido.
Desde luego, esta información no estaba en mi disco duro cerebral el sábado 26 de noviembre de 1960 a la 1:30 de la tarde, porque yo era apenas una diminuta y feúcha criatura recién sacada del vientre de mi madre, que por mucho que intentó parirme, tuvo finalmente que aceptar darme a luz mediante cesárea. Pero en cuanto me empeño en vincular una cosa con la otra, acabo convencida de que mi nacimiento fue también una gesta independentista. Después de todo, no parece que haya mucha diferencia entre el parto de una nación y el parto de un hijo. En ambos casos se trata del parto de la libertad, en aquel se libera a un pueblo y en éste se libera a un nuevo ser. La verdad es que me encanta la alegoría que surge de semejante asociación, una imagen poética con la que me identifico plenamente.
Pertenezco, pues, a la generación de mil novecientos sesenta, en números romanos (MCMLX) o en números arábigos (1960), para entonces daba igual, porque aún el hombre no había pisado la Luna, la televisión y las fotografías se veían en blanco y negro, la música se escuchaba en tocadiscos, los teléfonos eran de rueda y funcionaba el telégrafo. Lo que quiero decir es que soy uno de los muchos millones de seres privilegiados, porque nos tocó crecer en medio y al borde del asombro, en una época signada por toda clase de acontecimientos históricos, de innovaciones científicas y tecnológicas, y de emblemáticas transformaciones culturales.
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