26 abril 2012

¡Hace falta un hombre en casa!



Tengo que admitirlo, en ocasiones, muy contadas, eso sí, como cuando el sifón del fregaplatos tiene una mínima, casi imperceptible fisura por donde subrepticiamente se fuga el agua, se derrama encima de las ollas y sartenes, se cuela por la ranura de la puerta del gabinete y forma un silencioso, brillante y antipático charco en el piso, que te da los malos días a la hora de preparar el desayuno y apenas dispones de quince minutos para tomar café, despachar un sandwich, arreglarte y salir pitando para la oficina, adonde no llegarás sin pagar religiosamente la penitencia de una desesperante cola... O cuando te das cuenta de que tu cama se vería espectacular si en lugar de una pared desnuda y sin gracia tuviese un espaldar bonito y cómodo, donde apoyar la almohada para apoyar la cabeza para apoyar las vainas que te pasaron durante el día, o donde apoyar los pies para que la sangre se te devuelva al cerebro y puedas recuperar la cordura después de una jornada agotadora o de una noche loca... O cuando intentas robarte un pedazo de tronco, recién cortado de un árbol por alguien que lo dejó sobre la acera, y te parece genial usarlo como mesa junto al sofá, y quieres llevártelo en el maletero, pero te preguntas cómo carajo lo pondrás allí, y luego cómo carajo lo bajarás del carro, lo meterás en el ascensor y lo empujarás hasta la sala de tu casa...

Estas tres situaciones me sucedieron hoy, exactamente en el orden en que las he descrito. La primera la resolví llamando al plomero, que vino, apretó una tuerca y cobró cien bolos, nomás que por pura cortesía. La segunda no la he resuelto, pero me sobra una puerta de madera entamborada que saqué de algún marco el año pasado durante la reforma de mi casa, y pienso convertirla en espaldar con un poco de ingenio y sellador. El pequeño detalle es que la parte del "ingenio" requiere de un ayudante, preferiblemente del sexo masculino. En cuanto al tronco..., la buena intención de contribuir con el aseo de la ciudad no bastó, porque en la media hora que estuve tratando de convencer a los hombres -entre los 18 y 50 años de edad- que pasaron frente a mis narices para que colocaran el pedazo de tronco en el maletero de mi carro a cambio de una generosa propina, no hubo manera. Unos me miraron como si estuviera chiflada, otros se rieron y siguieron de largo, uno me dijo que sus manos no eran para oficios tan rudos. Al final, me vi obligada a renunciar al hermoso tronco, que hubiese quedado espectacular junto a mi sofá.

Al menos para esta clase de operaciones sí que hace falta un hombre en casa. Y para alguna otra, pues, también.     

22 marzo 2012

Violineando


Si hubiese sabido que esto de hacer lo que me sale del forro, nomás que por el puro placer de hacerlo, es la vaina más gratificante del mundo, probablemente habría utilizado mucho mejor mi tiempo libre, pero ya se sabe que sólo es posible llegar a tal determinación cuando se ha hecho todo -o casi todo- lo que suele hacerse entre los 10 y los 49 años, que es, por lo general, lo que (casi) todo el mundo hace, sencillamente porque es lo que se espera de uno. ¡Bue...! También es verdad que hice un montón de cosas al margen de lo esperado y deseado, pero eso forma parte del derecho a la autonomía que uno va adquiriendo a medida que satisface las expectativas ajenas. Un vulgar chantaje, ¡qué se le va a hacer!, así funcionan las relaciones paterno-filiales. Gracias, de todos modos, porque valió la pena. Cada etapa de la vida tiene sus bemoles, sus corcheas y su sol sostenido en una esquinita del horizonte. 

Ahora, es decir, en mi nueva media vida, toca aprender a tocar otras notas y en esos menesteres ando trastabillando que da gusto desde que empecé a recibir clases de violín. ¡Sí, sí, sí! Vio-lín..., con su caracolito cabezón que no es voluta de humo, su cejilla que no es ceja fruncida, sus clavijas de buena conducta, su espigado diapasón, su cintura ces-torneada, su puente erguido, su cordal de buena vibra, sus filetes defensivos, sus románticas efes auditivas, sus cuerdas afinaditas en Sol-Re-La-Mi y su arco delicadísimo y rebelde.

Por supuesto, ni piensen que sale algo mínimamente decente que pueda llamarse música... Todavía no. A duras penas estoy intentando que el jodido arco le obedezca a mi dedo meñique y que éste, a su vez, deje de obedecerle a sus hermanos mayores. ¡Ufff! Es un desafío, pero ahí voy, mejor dicho, ahí me lleva mi paciente y estricta maestra. Es una chica que sabe enseñar, tiene sentido del humor -condición sine qua non-, es exigente y, para más señas, pertenece al Sistema* y me la recomendó mi buen amigo Marcuccio, que además de colega es músico y director de orquesta.

«Posición del brazo, movimiento de la muñeca, ¡no muevas el codo!» -y el codo coge pa' trás-. «Otra vez, el arco debe devolverse por la misma ruta...» -pero el arco se desbanda hacia el infinito cuando va de subida... ¡Ahhhh!-. «Otra vez, uno, dos, tres, silencio, uno, dos, tres, silencio, uno, dos...» ¡Fiuuuuuu! Allá va el puto arco de nuevo, rumbo al techo.

No hay problema, no lo hay en lo absoluto, porque no tengo prisa, no me tengo que graduar de violinista, no está en mis planes formar parte de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, no me examinará el maestro Abreu, no me dirigirá Gustavito Dudamel. Estoy violineando porque quiero, porque mi único propósito es tocar para escucharme tocar y sentirme feliz de poder hacerlo. De manera que si dominar el arco me lleva tres semanas o tres meses, me da igual. Lo único importante es que disfruto muchísimo mis clases y mis horas de ensayo, a pesar de mi meñique díscolo y distraído.

*Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela                 

21 marzo 2012

Estrenando y entrenando nuevos hábitos



Vengo de mi primera sesión de entrenamiento. Duró 45 minutos, pero a mi me pareció casi el doble. ¡Y cómo no! Si me he pasado la vida con el trasero aboyado en una silla frente al escritorio, tecleando -antes en una máquina de escribir Olivetti, ahora en una computadora-, comiendo carnes rojas y pastas, trasnochando como un vigilante nocturno, fumando como una chimenea... Por supuesto, en estos menesteres consigo chamuscar mis pulmones e incendiar mis neuronas, pero no quemo ni media caloría.

¿A qué viene empezar a ejercitar el cuerpo a los 50? Nada menos que debido a los siguientes resultados:

Sobrepeso: 10 kilos
Colesterol: 236
Triglicéridos: 198
Cigarrillos: 20 diarios
Todo esto en un metro y medio de estatura. ¡Qué barbaridad!  

Mi madre en seguida reaccionó: -Tienes que ocuparte de ti-, me dijo.
Cuando se tiene una madre como la mía, que además de sabia, imparte órdenes cual si fuesen recomendaciones y encima lo hace con cariño, no hay manera de postergar el cumplimiento del deber.
-Tengo que ocuparme de mi- admití. Eso significaba cambiar radicalmente mis (malos) hábitos, léase alimentación, horario de trabajo, horario de sueño, sedentarismo, postura corporal y vicios.
    
Así que héme aquí, en mi segunda semana de adaptación, yéndome a la cama a las nueve de la noche, levantándome a las cinco de la mañana, aprendiendo a comer en forma balanceada, restringiendo el consumo de carnes rojas a una vez por semana, suprimiendo las grasas de mi dieta, bebiendo muchos vasos de agua al día -tenga o no tenga sed- y trabajando en un horario de gente normal. Penzini Fleury -R.I.P.-estaría encantado ("Correr es vivir"). Dígamelo a mi, que vengo de aplicar este aforismo al revés.

¡Ya no más! Hoy estoy transpirando por todos los poros de mi cuerpo adolorido, pero muy satisfecha, porque superé, sin desbaratarme, esta primera sesión de ejercicio físico. Calentamiento, estiramiento, caminata, ejercicios de piernas y un litro de agua para evitar la deshidratación.

¡Adiós jamón serrano, quesito de cabra, pinchitos de cordero, cochinito horneado, platanitos fritos...! ¿Quién fue el amargado que elaboró la tabla de kilocalorías? Mente sana en cuerpo sano y se jodió la diversión.

¿Lograré hacer de esta actividad un hábito? Honestamente, no lo sé. Lo que sí sé es que nunca estuve más decidida a ello, y para asegurarme de no desistir, recurrí a un entrenador, porque conociéndome como me conozco, la única manera de que mantenga la constancia y la disciplina, es si me comprometo en serio con alguien que, a su vez, se comprometa en serio con mi objetivo.

Mi entrenador es un tipo estupendo. Se llama Levi, tiene un cuerpo como hecho a mano, es un profesional en la materia y se comporta como un dictador mientras trabaja. Eso me gusta. Me hace sentir como se siente Rocky cuando su manager, el viejo Mickey Goldmill, le exige cada vez más durante los entrenamientos. De hecho, el personaje Rocky y la escena en la que sale a correr por las calles y los niños empiezan a seguirle mientras suena el tema Gonna Fly Now son una inspiración para mi.

Gracias a mi buena amiga Lupe por recomendarme a Levi, y también por fungir de Pepita Grillo para que no me desvíe de la meta. Tan en serio estoy asumiendo este asunto, que ya me inscribí para participar en la Caminata 5K del Excelsior Gama el próximo 15 de abril. Si algunos de ustedes se animan, aquí está el enlace a la información: Asdeporte.com

09 marzo 2012

Ni arriba ni abajo... Out of service!



Anoche fui a cenar con un amigo. Lo de "amigo" es para llamarlo de algún modo, porque amigo, tal cual son los amigos, como si se tratara de mi amigo Leoncio o de mi amiga Malena, pues, no. Este amigo es un poquito más que eso, pero sin llegar -todavía- a otro nivel, aunque ocasionalmente nos da por aproximarnos. (Me refiero a ese otro nivel). En fin, que estamos montados en un subibaja, pero ni nos quedamos arriba, ni nos quedamos abajo, más bien nos balanceamos con ese movimiento que Aristóteles define como "el acto de lo que está en potencia, en tanto que está en potencia". ¿Ahora sí me he explicado?

Lo que quiero contar es que mi potencial amigo me invitó a cenar y yo dije que sí, a pesar de que mi cuerpo apenas lograba sostenerse sobre sus pies y mi mente flotaba en una nebulosa de desvelo continuado desde las siete de la mañana del día anterior. Este atentando contra mi salud es un mal hábito adquirido en la época universitaria, cuando el carpe noctem era una práctica común e inocua sin otra consecuencia que un leve zigzagueo. Ahora, en cambio, sus efectos son extremos: extremadamente cansada y somnolienta, con los párpados extremadamente pesados y la lengua extremadamente tiesa, procuré despachar el rissotto y prestar atención a lo que debió ser una conversación amena, pero, tan disimuladamente como pude, dejé que se convirtiera en un monólogo.

Mi potenciado amigo se explayó cuanto quiso en su relato acerca de lo bien que le ha ido en la vida los últimos cinco años, y yo pretendí mostrarme impresionada con sus éxitos. De vez en cuando lograba soltar alguna exclamación de admiración -¡Ohhh! ¿Siiiií? ¡Guaooo!-, pero reírme cuando decía algún chiste, ¡Ayayay!, eso exigía un esfuerzo sobrehumano, porque mis diecisiete músculos de la risa -según leí en alguna revista son los que movemos para expresar la alegría- estaban contraídos y renuentes a relajarse, con lo cual el intento acababa en un desganado estiramiento de la boca, sin gracia ni onomatopeya.

Al final resultó que mi candidato en potencia ni siquiera se enteró -o no se dio por enterado- de mi lamentable estado, de lo contrario no me habría propuesto «seguir disfrutando tan espléndida noche con un trago en un sitio más marchoso». Lanzó su descabellada proposición justo cuando estábamos en el auto y yo luchaba desesperadamente por mantener los ojos abiertos, al menos hasta llegar a mi casa. Durante unos segundos eternos me quedé en silencio, tratando de elaborar una excusa gentil, pero en mi mente colgaba desde hacía rato el cartelito de OUT OF SERVICE y mandé al carajo la cortesía. A duras penas conseguí hacer una contrapropuesta:

-¿Qué tal si me llamas el próximo martes y quedamos para el viernes?

Antes de caer despatarrada en mi cama y rendirme al sueño, tuve un instante de lucidez, suficiente para reconocer que esto de trasnochar con mis fósiles intellectuãllis me está robando unas cuantas noches de placer erotĭcus

08 marzo 2012

¿Un solo día para toda una vida? ¡Qué va!


Hoy es el Día Internacional de la Mujer en "casi" todo el mundo. El "casi" excluye -es preciso decirlo- a aquellos países y aquellas (in)culturas donde la mujer no es valorada, ni amada, ni respetada, ni elogiada, ni tomada en cuenta. O sea, donde la mujer, siendo considerada menos que cero, es una burra de cargar y preñar, explotada por el jefe, abusada por el marido, utilizada por los hijos, despreciada por la autoridad, sometida por la religión, relegada por la sociedad... ¡Qué barbaridad! Debe ser lo peor que puede sucederle a una mujer vivir en semejantes condiciones desde que viene al mundo hasta que su cuerpo cansado y su vueltoñoña corazón consiguen la paz en el jodido sepulcro.

Esas millones -no hace falta contarlas- de mujeres signadas por un destino aciago, ante el que se ven impotentes e impedidas de hacer de sus vidas una historia distinta, merecen mucho más que un solo día. De hecho, necesitarían nacer otra vez, o acaso varias veces, pero en un mundo menos duro, indiferente y desigual.

Desde 1909, cuando el Partido Socialista de los Estados Unidos de América -pa` que vean que los gringos tuvieron alguna vez un partido socialista en toda regla- celebró el primer Día Nacional de la Mujer, hasta 1917 cuando se institucionalizó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, fue necesario -por innecesario que parezca- que las mujeres lucharan por conseguir los derechos al sufragio, al trabajo, a la formación profesional y a mejores condiciones laborales, empezando por la no discriminación. 

Y sin embargo, pocas cosas han cambiado en un siglo y una década para nosotras, y apenas unas pocas más serán modificadas, mientras unos sigan contando y otros sigan creyendo que Eva fue la astilla dislocada de una costilla de Adán.   
      

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