Anoche fui a cenar con un amigo. Lo de "amigo" es para llamarlo de algún modo, porque amigo, tal cual son los amigos, como si se tratara de mi amigo Leoncio o de mi amiga Malena, pues, no. Este amigo es un poquito más que eso, pero sin llegar -todavía- a otro nivel, aunque ocasionalmente nos da por aproximarnos. (Me refiero a ese otro nivel). En fin, que estamos montados en un subibaja, pero ni nos quedamos arriba, ni nos quedamos abajo, más bien nos balanceamos con ese movimiento que Aristóteles define como "el acto de lo que está en potencia, en tanto que está en potencia". ¿Ahora sí me he explicado?
Lo que quiero contar es que mi potencial amigo me invitó a cenar y yo dije que sí, a pesar de que mi cuerpo apenas lograba sostenerse sobre sus pies y mi mente flotaba en una nebulosa de desvelo continuado desde las siete de la mañana del día anterior. Este atentando contra mi salud es un mal hábito adquirido en la época universitaria, cuando el carpe noctem era una práctica común e inocua sin otra consecuencia que un leve zigzagueo. Ahora, en cambio, sus efectos son extremos: extremadamente cansada y somnolienta, con los párpados extremadamente pesados y la lengua extremadamente tiesa, procuré despachar el rissotto y prestar atención a lo que debió ser una conversación amena, pero, tan disimuladamente como pude, dejé que se convirtiera en un monólogo.
Mi potenciado amigo se explayó cuanto quiso en su relato acerca de lo bien que le ha ido en la vida los últimos cinco años, y yo pretendí mostrarme impresionada con sus éxitos. De vez en cuando lograba soltar alguna exclamación de admiración -¡Ohhh! ¿Siiiií? ¡Guaooo!-, pero reírme cuando decía algún chiste, ¡Ayayay!, eso exigía un esfuerzo sobrehumano, porque mis diecisiete músculos de la risa -según leí en alguna revista son los que movemos para expresar la alegría- estaban contraídos y renuentes a relajarse, con lo cual el intento acababa en un desganado estiramiento de la boca, sin gracia ni onomatopeya.
Al final resultó que mi candidato en potencia ni siquiera se enteró -o no se dio por enterado- de mi lamentable estado, de lo contrario no me habría propuesto «seguir disfrutando tan espléndida noche con un trago en un sitio más marchoso». Lanzó su descabellada proposición justo cuando estábamos en el auto y yo luchaba desesperadamente por mantener los ojos abiertos, al menos hasta llegar a mi casa. Durante unos segundos eternos me quedé en silencio, tratando de elaborar una excusa gentil, pero en mi mente colgaba desde hacía rato el cartelito de OUT OF SERVICE y mandé al carajo la cortesía. A duras penas conseguí hacer una contrapropuesta:
-¿Qué tal si me llamas el próximo martes y quedamos para el viernes?
Antes de caer despatarrada en mi cama y rendirme al sueño, tuve un instante de lucidez, suficiente para reconocer que esto de trasnochar con mis fósiles intellectuãllis me está robando unas cuantas noches de placer erotĭcus.
Mi potenciado amigo se explayó cuanto quiso en su relato acerca de lo bien que le ha ido en la vida los últimos cinco años, y yo pretendí mostrarme impresionada con sus éxitos. De vez en cuando lograba soltar alguna exclamación de admiración -¡Ohhh! ¿Siiiií? ¡Guaooo!-, pero reírme cuando decía algún chiste, ¡Ayayay!, eso exigía un esfuerzo sobrehumano, porque mis diecisiete músculos de la risa -según leí en alguna revista son los que movemos para expresar la alegría- estaban contraídos y renuentes a relajarse, con lo cual el intento acababa en un desganado estiramiento de la boca, sin gracia ni onomatopeya.
Al final resultó que mi candidato en potencia ni siquiera se enteró -o no se dio por enterado- de mi lamentable estado, de lo contrario no me habría propuesto «seguir disfrutando tan espléndida noche con un trago en un sitio más marchoso». Lanzó su descabellada proposición justo cuando estábamos en el auto y yo luchaba desesperadamente por mantener los ojos abiertos, al menos hasta llegar a mi casa. Durante unos segundos eternos me quedé en silencio, tratando de elaborar una excusa gentil, pero en mi mente colgaba desde hacía rato el cartelito de OUT OF SERVICE y mandé al carajo la cortesía. A duras penas conseguí hacer una contrapropuesta:
-¿Qué tal si me llamas el próximo martes y quedamos para el viernes?
Antes de caer despatarrada en mi cama y rendirme al sueño, tuve un instante de lucidez, suficiente para reconocer que esto de trasnochar con mis fósiles intellectuãllis me está robando unas cuantas noches de placer erotĭcus.
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